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La ‘lepenización’ de Occidente


Cuando en 2002 dejó en estado de shock a Europa logrando acceder a la segunda vuelta de las presidenciales francesas, Jean-Marie Le Pen era un fenómeno político todavía sustancialmente aislado. Al otro lado de los Alpes, Gianfranco Fini y su Alianza Nacional recorrían sendas similares con cierto éxito, y en Austria Jörg Haider y su FPÖ también cosechaban éxitos. Pero los principales países occidentales —Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, la propia España— parecían inmunes a esa radical mezcla de proclamas nacionalistas y proteccionistas de las que el Frente Nacional francés ha sido bandera.

El aislamiento de Le Pen no solo radicaba en el reducido número y peso de aliados ideológicos en la escena internacional, sino también en lo que en Francia se definía como cordon sanitaire, una suerte de línea Maginot de las demás formaciones políticas frente a un adversario al que se trataba como un apestado y que incluía el rechazo a cualquier clase de cooperación.

Pero el lepenismo avanza no solo a través del éxito de las formaciones que abrazan abiertamente esa ideología. Lo hace también, de forma quizá menos perceptible pero igualmente importante, con la infiltración de conceptos políticos en el discurso y las medidas de formaciones mainstream. Una poderosa racha de citas electorales medirá ahora el grado de penetración del lepenismo en el arco occidental.

La primera es obviamente la trascendental cita estadounidense; después seguirán las presidenciales austriacas (diciembre); las legislativas holandesas (marzo); las presidenciales francesas (abril/mayo); y las legislativas alemanas (septiembre). Será interesante ver los resultados de Trump, Le Pen, Wilders, Alternativa para Alemania o del candidato ultraderechista austriaco, Norbert Hofer. Pero igual o más será observar en qué grado otros partidos asumen sus reivindicaciones. El fenómeno ya tiene ejemplos evidentes.

El Partido Conservador liderado por Theresa May está asumiendo hasta tal punto la tesis del UKIP que Nigel Farage sostiene poder suscribir punto por punto los discursos de la líder tory; el UKIP, ya sin razón de ser, se está desinflando y sus dirigentes abrazan la causa tory; medios como Financial Times o The Economist, difícilmente sospechosos de prejuicios izquierdistas al analizar el Gobierno conservador, observan horrorizados las maniobras de May.

En Francia, los conservadores moderados dirimen ahora en primarias una gran batalla ideológica, entre un Sarkozy escorado —a juicio de muchos analistas— hacia posiciones lepenistas; y un Juppé más en línea con la derecha gaullista tradicional.

En Alemania, los poderosos democristianos bávaros han abrazado sin ambages parte del ideario lepenista, reclamando a Angela Merkel, entre otras cosas, que se priorice a los refugiados cristianos. La canciller resiste pero también empieza a hacer concesiones al ala derecha de su partido, como con la reciente medida para complicar el acceso de los europeos a las prestaciones sociales alemanas. La medida ha sido planteada de forma razonable, pero el que se haga ahora es todo un síntoma. Alternativa para Alemania ha cosechado una notable racha de victorias.

En EE UU, por último, las encuestas apuntan a que Trump perderá. Pero el discurso planteado primero por el Tea Party y luego por el magnate ha calado hondo en el Grand Old Party; sus dirigentes moderados han sido completamente marginados; el generalizado apoyo a Trump —retirado tarde y sin ímpetu, en un gesto que bien puede considerarse el fracaso moral de quienes sabían lo que había pero solo se atrevieron cuando el barco se hundía— marcará el partido durante tiempo.

Tres lustros después, mucho ha cambiado. Le Pen padre sufrió el cordón sanitario; la UE entera hizo saber que Haider no era bienvenido a sus mesas. Quizá fue Italia, una vez más, el laboratorio político premonitorio. Fini dio un lavado de cara a su formación posfascista; y Berlusconi lo hizo entrar en el Gobierno. Se conoció como el sdoganamento, el paso de la aduana. El lepenismoha entrado en el ágora.

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